En Viajando los invitamos a transportarnos hasta Ciudad de México, cuna del muralismo, donde en algunos kilómetros se aglutinan más obras de arte que en naciones enteras. Este recorrido se desarrolla de manera cronológica partiendo del centro histórico para develar el esplendor de las obras que se resguardan en el Palacio Nacional, el de Bellas Artes y el Antiguo Colegio de San Ildefonso, entre otras instituciones.
“Las paredes son la imprenta de los pueblos” (Rodolfo Walsh).
Así como los presos en su celda, los niños en la pared del living familiar, los pícaros en el transporte público, los docentes en sus pizarrones, los enamorados en los troncos de los árboles y los pueblos originarios en las paredes de sus cuevas se valieron de estos soportes para expresarse, compartir ideas, denunciar una injusticia o soñar mundos equilibrados y coloridos… Orozco, Siqueiros y Rivera patearon los caballetes y dejaron sus lienzos en los talleres para echar mano a una efectiva expresión ancestral: dibujar en los muros (de un país entero) con la premisa de constituir y visibilizar los orígenes y la identidad del pueblo mexicano.
Vale destacar que en todo el territorio mexicano hay enormes exponentes del movimiento pero nuestra elección responde a un primer acercamiento a los artistas de mayor trascendencia internacional para poder –a partir de ellos– conocer y profundizar en este movimiento que surgió en las primeras décadas del siglo XX, apenas terminada la revolución mexicana, con el objetivo de plasmar la realidad nacional, en obras de arte monumentales realizadas en muros y edificios de carácter público para que oficiaran como difusores eternos de la impronta de un país.
¿Qué es el muralismo?
Vista desde el aire, la cúpula refulgente del Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México encandila. Es una construcción que sobresale como la punta de un iceberg, a tal punto que se distingue desde la cabina de un avión. Pero como ocurre con estos gigantes bloques de hielo, su porción visible es solo una muestra de su inmensidad. En el caso del Palacio de Bellas Artes, el esplendor de su cúpula es sólo un ápice de la extraordinaria belleza que atesora en su interior.
Desde el Palacio de Bellas Artes, la Santa Trinidad del Muralismo mexicano conformada por David Alfaro Siqueiros (1896 - 1974), Diego Rivera (1886 - 1957) y José Clemente Orozco (1883 - 1949), convirtieron las paredes del palacio en el soporte de algunas de las más destacadas obras del movimiento, al cual pertenecieron un buen número de artistas, técnicos, pintores y escultores, quienes firmaron en 1923 un manifiesto que concebía a la pintura mural por sobre la de caballete valorando su condición de obra pública y de alcance popular, en contraposición al elitismo plasmado en otro tipo de expresiones plásticas.
De esta manera, los muros –interiores o exteriores– de los edificios públicos más relevantes de la capital fueron intervenidos por distintos artistas, transformando sus paredes centenarias en una explosión de colores y de formas que dan cuenta de contundentes mensajes de denuncia social, celebran la belleza y exponen una enorme destreza técnica.
Descripto así parece sencillo, pero al admirar la perfección de los detalles en los personajes de Rivera, la potencia de los colores cálidos y la crudeza de los cuerpos de Orozco; así como el buen uso de la perspectiva, –además de las miradas inquisidoras y apasionadas– en las obras de Siqueiros, es menester tener presente que se trata de arte público, de libre acceso y que ejerció y ejerce una función didáctica irremplazable en la constitución de una identidad nacional inclusiva.
¿Dónde hay murales en México?
Partiendo del Zócalo, eje del centro histórico, es buena idea comenzar por las obras que se aprecian en el Antiguo Colegio de San Ildefonso –que en el momento de su intervención artística funcionaba como la Escuela Nacional Preparatoria–. Este antiguo palacio que perteneció a la Compañía de Jesús es uno de los atractivos claves ya que aquí se encuentran algunas de las obras fundacionales del movimiento, como “La Creación” (1922), el primer mural de Diego Rivera, pintado a la encáustica (un preparado de cera y aguarrás que le otorga brillo a las superficies). Para la creación de esta obra, el esposo de la gran artista Frida Kahlo (1907-1954) se inspiró en los grandes frescos del renacimiento, donde se combinan de manera equilibrada elementos naturalistas y simbolistas, colores brillantes y escenas clásicas.
Por otra parte, Orozco desarrolló su trabajo este edificio entre 1923 y 1926. En ese periodo pintó en los muros de los tres pisos del Patio Principal, así como los del descanso del cubo de la escalera. El producto, 22 impresionantes frescos de diversas temáticas, siendo “Maternidad”, “El banquete de los ricos” y “Cortés y La Malinche” algunas de las piezas que seguramente cautivarán a quienes se acerquen hasta allí.
Del mismo modo, Siqueiros elaboró una serie de murales en las bóvedas y los descansos de la escalera de lo que entonces fue el Colegio Chico de San Ildefonso (que hoy forma parte del Museo de la Luz de la Universidad Nacional Autónoma de México). En estos rincones el artista creó “Los elementos”, “Llamado a la libertad” y “Mujer india”, entre otras obras.
Otros representantes del movimiento como Fernando Leal, Jean Charlot y Fermín Revueltas también plasmaron sus trabajos en este recinto.
¿Dónde ver obra de Diego Rivera?
El itinerario continúa hacia el edificio de la Secretaría de Educación Pública, donde Diego Rivera desarrolló durante la década de 1920 un conjunto monumental de más de 200 frescos con temas populares mexicanos. Un correlato didáctico, distribuido sobre las paredes que dan al patio principal (del Trabajo) y al patio de Juárez (de las Fiestas), y que incorpora la arquitectura del lugar como parte de la obra.
En el patio del Trabajo, las obras se desarrollan en tres niveles: el primero está dedicado a las regiones mexicanas, con algunas escenas de carácter religioso; en el segundo nivel las temáticas versan en torno a las ciencias, las artes y el trabajo intelectual. En el tercer nivel se exalta a los héroes del trabajo y de las luchas revolucionarias.
En el patio de Las Fiestas, Rivera refleja las expresiones populares y las celebraciones más relevantes del país, pero en el tercer nivel de este sector, los murales constituyen una alegoría de la Revolución Mexicana y una crítica picante a los detractores del autor de la obra, cuya militancia explícita en el Partido Comunista de México le valió unos cuantos escándalos de trascendencia.
Vale la pena detenerse para contemplar "El arsenal", donde la figura central es Frida Kahlo.
Retornando hacia el Zócalo se encuentra el impactante edificio del Palacio Nacional, sede del poder ejecutivo mexicano y uno de los edificios gubernamentales más grandes e impactantes del mundo. En sus interiores, Rivera plasmó una serie de murales de gran belleza en los que trabajó más de 20 años desde 1929. Las obras se localizan en el la escalera principal del Patio Central, a lo largo del corredor norte y en un tramo del corredor oriente del primer piso del patio, y relatan la historia de México desde la época prehispánica hasta 1930.
La espectacular “Epopeya del pueblo Mexicano” cautiva y emociona a quienes tienen la fortuna de pararse ante ella. Además, también se pueden apreciar “La industria del Maguey y el Amate”; “La gran ciudad de Tenochtitlán” y “El cultivo de maíz”, entre otros trabajos del mismo autor.
Para concluir el paseo por el centro histórico es fundamental visitar el Palacio Nacional de Bellas Artes, donde conviven algunas de las más destacadas piezas representativas del muralismo mexicano.
Aquí se puede apreciar el conjunto de obras “Víctimas de la guerra”, “Víctimas del fascismo” y “La nueva democracia”, realizadas en 1945 por Siqueiros, quien introduce nuevos materiales y técnicas como la utilización de piroxilina aplicada con una pistola de aire, cuyo efecto de perspectiva da la sensación de perseguir al espectador desde distintos puntos de vista.
Por otra parte,“Khatarsis”, de José Clemente Orozco, es una de las obras más crudas e impactantes, en la que el artista expresa un profundo repudio por la crueldad y la corrupción que caracterizan a la sociedad moderna.
Los artistas y el poder
Finalmente, “El Hombre controlador del Universo”, la polémica obra que Diego Rivera realizó en el Rockefeller Center de Nueva York y que fuera destruida por sus detractores, exhibe aquí, una segunda versión. El mural se distribuye en tres sectores: en el centro un obrero está operando la máquina que controla el universo y manipula la vida; en el panel izquierdo se desarrollan temas vinculados a las sociedades capitalistas y a las ciencias, en contraste con imágenes que aluden a las luchas de clase y a la guerra. El panel derecho es una oda al socialismo y a sus principales cltores que refleja la unión de la clase obrera, representada por un grupo de trabajadores en la Plaza Roja.
Si bien quedaron excluidos de este resumen numerosas obras que se exhiben en el Palacio de Chapultepec –incluidas las del genial Juan O’Gorman (1905–1982); además del voluminoso acervo del Polyforum Siqueiros. Este recorte nos fue de gran ayuda para confirmar que en parte, los principales representantes del muralismo le contaron la historia de México al mundo. Ellos también, como la cúpula del Palacio de Bellas Artes, se convirtieron en la punta de un iceberg que impulsó y desarrolló la identidad de una nación que se dibuja, se pinta y se cuenta a sí misma.
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