Si prefiere compartir la playa con dólares de arena arrastrados por el mar y el ocasional grupo de afanosos cangrejos más que con hordas de familias en vacaciones, con espectáculos de estrellas más que con luces de neón, con el rugir de las olas más que con la cacofonía del tránsito en horas pico, la costa del Pacífico colombiano puede el sitio perfecto para una escapada.
Un sitio de escape el Pacífico colombiano
Los cortos vuelos de Medellín a los pueblos costeros de Bahía Solano y Nuquí lo llevan sobre millas y más millas de una selva tropical densa; es sorprendentemente fácil descubrir este paraíso intacto en el departamento de Chocó en Colombia, una de las regiones más remotas del país.
Más o menos a media hora de Bahía Solano queda el pueblo pesquero de El Valle, el sitio donde hace más de treinta años Elvira Vásquez se enamoró de la tranquilidad y el aislamiento de esta parte de Colombia. Esta natural de Medellín estaba buscando un lugar donde pudiera pasar fines de semana largos y vacaciones con sus hijos, un lugar donde el tiempo no se midiera por el reloj, sino por el subir y el bajar de la marea.
Cuando le mostraron un trecho de playa llamado ‘El Almejal', cerca de unos palmares de coco y al pie de la selva húmeda, lo supo. Ese era el sitio. Hoy día "Doña Elvira", como la conocen los habitantes, y su hijo César tienen alrededor de una docena de cómodas cabañas para alquilar - no tienen planeado expandirse mucho más - cada una con una hamaca en la terraza de la entrada, donde no puede haber un sitio mejor para esa siesta indispensable de después del almuerzo.
Destacado: El Almejal y el espectacular El Cantil, un refugio similar ubicado a treinta minutos por barco al sur de Nuquí, son los pioneros del ecoturismo en Colombia.
Más que proporcionar un sitio de escape en una parte no descubierta de Colombia, los simpáticos dueños de El Almejal y El Cantil quieren fomentar en sus huéspedes un aprecio por el medio ambiente apoyando a la vez un desarrollo económico concienzudo en la región.
Entonces, ¿qué debemos hacer mientras estamos alejados de todo, allá en el Pacífico? De julio a octubre significa maravillarse con unas de las criaturas más grandes del planeta: las ballenas jorobadas.
Todos los años durante esa época, estos mamíferos de cuarenta toneladas migran de las aguas polares de Argentina y Chile a las tibias aguas de Colombia, con el fin de dar a luz. Los dos refugios ofrecen excursiones diarias para ver las ballenas, una experiencia verdaderamente inolvidable.
Las ballenas jorobadas son las estrellas del espectáculo, pero comparten el escenario con varias otras coestrellas con las cuales se puede encontrar durante su estadía. Allá en El Almejal, César dirige las tempranas caminatas matutinas de observación de aves descritas por un visitante austriaco como "una maravillosa meditación en la jungla". Se sorprenderá con la diversidad de aves que hay por ver - y oír - a tan solo unos pies de su cabaña. Si busca un reto físico verdadero, un camino detrás de El Cantil lo llevará eventualmente a "la montaña del sapo". Y si busca con suficiente empeño, debajo de las hojas verá impresionantes sapos rojos y verdes.
Ballenas, sapos, pájaros. ¿Qué hace falta? Ah, sí, las tortugas bebés. La pesca comercial de langostinos y la cosecha de sus huevos han convertido a las tortugas Ridley del Pacífico en una especie en peligro de extinción. Como parte de su compromiso con el medio ambiente, El Almejal opera el único proyecto privado en Colombia de conservación de tortugas, un esfuerzo de todo el año sostenido en parte por su programa "Adopte una tortuga". Si está de suerte, puede presenciar la liberación de las intrépidas tortugas jóvenes dirigiéndose lentamente al océano. Es interesante anotar que las tortugas tienen un sentido del olfato agudo y las que hembras sabrán como regresar exactamente al mismo sitio a poner sus huevos dentro de unos quince años.
Sin duda, la naturaleza es el mayor atractivo de quienes visitan el Pacífico colombiano. Pero desde jugar partidos de futbol con niños en la playa, hasta echar un vistazo a las acaloradas partidas de dominó con los veteranos del pueblo; lo que le durará más tiempo en la memoria después del viaje, podría ser la gente increíblemente cálida que puede llegar a conocer.
Los lugareños, en su mayoría de ancestros afro colombianos, siempre lo saludarán con una sonrisa y un par de palabras amables. Los anglo-hablantes pueden ser escasos, pero la gente es extremadamente tolerante e indulgente con aquellos cuyo español limitado puede reducirse a "una cerveza, por favor". Visitación, una empleada que ha trabajado desde hace varios años en el restaurante de El Almejal, confiesa con una sonrisa, que a veces tiene que usar lenguaje de señas para comunicarse con huéspedes extranjeros.
El turismo inteligente está creando oportunidades para la gente de la región. En la aldea de Joví, por ejemplo, no lejos de El Cantil, los miembros de la comunidad organizan viajes en canoa por las cristalinas aguas del río. Las ganancias obtenidas de esta versión colombiana de un paseo en góndola veneciana benefician a los residentes de Joví. Un grupo parecido lleva turistas a las aguas termales del pueblo de Termales por un precio módico.
No hay mejor manera de terminar el día que ver desaparecer el sol en el Pacífico mientras se toma un cerveza Poker, la única marca que se consigue en el pueblo. Después de otra deliciosa comida de pargo rojo o atún y de chacharear en la terraza de la entrada con compañeros de viaje, son las ocho y media, hora de ir a la cama. Mientras se mete bajo su mosquitero, usted sonríe y trata de adivinar qué día de la semana será mañana.
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