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Porto de Galinhas
Brasil

Porto de Galinhas: muy brasileña y un poquito caribeña

En el estado de Pernambuco, Porto de Galinhas forma parte de la estirpe brasileña nordestina, con su gente siempre alegre y dispuesta a sociabilizar, su música presente en cada rincón, su naturaleza descollante y sus sabores característicos. Sin embargo, se apropió de ciertos rasgos caribeños que se dejan ver en su mar cálido y claro, sus resorts, y los cocoteros.

El viaje en avión es uno de los pocos momentos en los que puedo hace una pausa en medio de la vorágine cotidiana, relajarme y dejar que la mente haga lo suyo, recordando los días que antecedieron al vuelo: una breve pero reconfortante estadía en Porto de Galinhas. Y mientras las imágenes se suceden desordenadas en mi cabeza, resuena una melodía (“Fogo e Paixão”, que recomiendo escuchen mientras leen esta nota) que habían interpretado en vivo unas noches atrás durante una cena en el Hotel Solar Porto de Galinhas. Aun hoy que estoy escribiendo este artículo, la siento, tan pegadiza, tan alegre, tan brasileña.

Porto de Galinhas –ubicado a 52 km. de Recife, en Pernambuco, al nordeste del país– conserva incólume su identidad brasileña (la música sonando día y noche, y también la gente siempre amigable y charlatana, las playas perfectas y el clima tropical, la caipirinha y la feijoada, los pasos de baile a flor de piel), pero con un ápice del Caribe (resorts con actividades y emplazados sobre la costa; aguas mansas, cálidas y transparentes; cocoteros como marco). Y con los aditamentos bien propio de los paseos, un centro pintoresco y una oferta de restaurantes más que interesante. Digamos que la combinación resulta perfecta.

PANORÁMICA EN BUGGY.

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El paseo en buggy es otro infaltable que permite conocer todas las playas del destino.
El paseo en buggy es otro infaltable que permite conocer todas las playas del destino.

Llegué en el albor de la noche a Porto de Galinhas, salí al balcón de mi habitación en el Hotel Marupiara by GJP (ver recuadro) y divisé a pocos metros el mar gracias una luna blanca impoluta que se proyectaba sobre el agua. Allí nomás estaba la piscina, algo de música suave y un restaurante con mucho para comer. Entonces me imaginé que estas vacaciones serían ideales para cortar con la rutina del año. Y así fue.

Al día siguiente hice una de las excursiones más populares del destino, el paseo en buggy, que brinda un pantallazo general –casi como el clásico bus de dos pisos pero en versión brasileña– de los atractivos de Porto. Este todo terreno, colorido y pequeño, invita a sentarse en lo que sería el baúl, al aire libre y sintiendo la belleza del lugar de lleno en todo mi ser. Es una aventura controlada, pues trepa algunas dunas, se adentra por caminos sinuosos entre los cocoteros y luego bordea la costa, desde las playas de Muro Alto, pasando por la de Cupé, la Vila de Porto y culminando en Maracaípe.

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Una de las paradas del buggy es la playa de Muro Alto, con aguas cálidas, transparentes y tranquilas, ideales para ir con chicos.
Una de las paradas del buggy es la playa de Muro Alto, con aguas cálidas, transparentes y tranquilas, ideales para ir con chicos.

El meneo incesante del buggy y el entusiasmo de los primeros kilómetros entran en un impasse cuando llego a Muro Alto, la playa del norte. El silencio reinante, un mar totalmente calmo gracias a la existencia de un arrecife que frena el oleaje y la escasa gente que hay en el lugar me obligan a relajarme. Pero primero debo catar ese mar que por momentos me recuerda al Caribe: camino y camino y el agua me sigue llegando a la cintura. Veo mis pies nítidos, miro el arrecife, a los niños jugar, las palmeras que abrazan la costa. Me zambullo y pido estar aquí un rato más (quizás toda la vida) antes de partir hacia el siguiente destino.

La próxima parada son las playas de Cupé, que tienen más oleaje y es donde se asientan la mayoría de los hoteles. Mientras que las del centro son más tranquilas y es desde donde salen las excursiones a las piscinas naturales, otro de los hits de Porto. Le sigue Maracaípe, algo más salvaje, con pocos hoteles, y un broche de oro más que interesante: la navegación por el río para ver a los caballitos de mar.

La excursión termina tomando agua de coco y en compañía de Valeria, del Hotel Armaçao, una figura emblemática brasileña, rebosante de alegría, con horas enteras a nuestra disposición para charlar, mostrando orgullosa el crecimiento de Porto de Galinhas pero en el buen sentido (en forma sostenible, sin edificios altos, dejando la playa con metros y metros de arena solitaria, con hoteles de diseño y buen gusto, pero a la vez rústicos y amalgamados con el entorno).

EN JANGADA I.

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La jangada es una embarcación de origen malayo, adoptada por estas tierras, siendo ahora casi un símbolo de Porto.
La jangada es una embarcación de origen malayo, adoptada por estas tierras, siendo ahora casi un símbolo de Porto.

Como el bugueiro (que conduce el buggy), el jangadeiro constituye una figura central en el elenco de Porto de Galinhas. Es el “capitán” de una embarcación típica, cuyo origen es malayo y que luego fue adoptado por los portugueses. Consiste en una balsa con asientos y una vela, mientras que en la popa se encuentra el “timón”, que en realidad es como un remo que el jangadeiro mueve incansable para un lado y para el otro. Todo esto me lo cuenta “Messi” –cuyo nombre es en realidad Lionel y como buen brasileño y futbolero se hace llamar como nuestro ídolo–. Oficia de guía y es quien me aconseja que al llegar a Porto de Galinhas es necesario fijarse la tabla de mareas, que define cómo se harán las excursiones.

Subo a la jangada. El trayecto hasta las piscinas es corto, se hace con marea baja y es esencial llevar calzado apropiado pues se camina sobre un arrecife con muchos recovecos donde se esconden erizos. Y después están las piscinas que bien podrían ser acuarios naturales, repletos de peces. Todo esto ocurre en medio del mar: un mar cálido y transparente que deja ver sus tesoros por unas horas cada día. Como corolario del paseo, los “pasajeros” nos zambullimos, hacemos esnórquel y nos cruzamos con esos peces que habíamos visto desde “lejos”.

EN JANGADA II.

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En jangada pero ahora por el Pontal de Maracaípe.
En jangada pero ahora por el Pontal de Maracaípe.

Decía que el jangadeiro es protagonista en estas tierras: pues vuelve a aparecer en escena en esta excursión que se sitúa en el Pontal de Maracaípe, justo en el otro extremo de Muro Alto. La jangada remonta las aguas del río homónimo, entre el manglar, en lo que parecería un paseo por la selva. En las orillas la vegetación tupida de mangle se cierra por arriba y echa raíces enmarañadas, pero deja ver la abundante fauna que la toma como su morada. Cientos de cangrejos se escabullen ante el lento y tranquilo andar de la embarcación. Veo erizos, ostras y a la estrella del lugar: el hipocampo. El paseo se termina cuando diviso que el río muere en el mar. En ese momento pegamos la vuelta, pero habrá un segundo capítulo para esta historia.

HIPOCAMPOS, TORTUGAS Y GALLINAS.

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Por las calles del centro, en los restaurantes y en los hoteles, la figura de la gallina siempre está presente.
Por las calles del centro, en los restaurantes y en los hoteles, la figura de la gallina siempre está presente.

Visité el Proyecto Hipocampus, un poco retirado del centro: se trata de una organización que protege la especie, investiga y muestra a la sociedad y a los turistas todo sobre los caballitos de mar. El lugar es pequeño, pero vale la pena para complementar la excursión: se ven peceras con hipocampos y otras especies. Allí aprendí que estos ejemplares son monógamos, vi cientos de pequeñas (muy pequeñas) criaturas que habían nacido el día anterior (ponen entre 700 y 1.000, que sobrevive el 1%) y me asombré cuando me contaron que el macho es quien pasa por el proceso de concepción.

A las tortugas no tuve la suerte de verlas en vivo (Porto es un área de desove). Sin embargo, visité Ecoassociados –una organización que se dedica a la conservación y cuidado de la tortuga carey, ubicada en pleno centro– para conocer más y completar lo que me habían contado algunos pobladores, como Mauricio del Hotel Vivá: “Hay varios tipos de tortugas en la zona y es habitual ver en la playa la demarcación señalando que allí hay un nido”. De octubre a mayo es cuando más movimiento reproductivo hay, en Pernambuco hay cuatro especies y el período de incubación es de 45 a 65 días.

Sobre las gallinas, lo primero que sabemos es que aparecen en el nombre del destino: remite a la época en que los esclavos eran traídos en forma clandestina desde África para trabajar en los ingenios azucareros. Llegaban junto a las gallinas de Angola, materia prima de un plato muy consumido en la época, y al tocar tierra avisaban “hay gallinas nuevas en el puerto”, casi como una contraseña vox populi, que derivó en el bautismo del destino turístico.

Las gallinas también están muy presentes en el centro de Porto (con calles peatonales para recorrer cuando cae el sol), en los hoteles, a modo de souvenir, en carteles y en boca de todos los pobladores que cuentan a los forasteros la leyenda. La mayoría de las gallinas son creadas por Carcará, un artista que abre sus puertas al visitante para mostrar su vida y obra. A partir de la utilización de las raíces de los cocoteros caídos concibe variados objetos con mucho color, formas simples pero atractivas.

EPÍLOGO PARA UN NUEVO VIAJE.

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Las playas de Tamandaré son un verdadero descubrimiento: se ubican a una hora de Porto.
Las playas de Tamandaré son un verdadero descubrimiento: se ubican a una hora de Porto.

Porto de Galinhas constituye un buen punto de partida para conocer otros sitios aledaños, como Tamandaré, que resultó una grata sorpresa para mí. Ubicada a 60 km. de Porto (se puede hacer una excursión de día completo), tiene como spot más famoso la playa de Carneiros, con su iglesia San Benedicto sencilla y pintoresca parapetada a la vera del mar, donde las aguas mansas crean la postal perfecta.

Si bien se tornó bastante turística y popular, hay áreas tan bonitas como aquella, incluso una que también tiene una iglesia: San Pedro. Allí estuve prácticamente sola, con el mar de frente, tranquilo y límpido.

Luego tomé un paseo en catamarán con buena música a bordo y la animación de Adriel, otra figura bien local y perfecto showman. La embarcación se adentró entre manglares y atracó en ínfimas playas solitarias. A este momento de relax, fundamental antes de regresar a la ciudad de la furia, le siguió una visita al Centro de Artesanato, donde un grupo mostró sus destrezas de carnaval que por cierto son bien diferentes a su par carioca. La jornada culminó con una opípara comida en el restaurante Tapera do Sabor, donde Adriel me recomendó el jugo de cajá (consejo que repito para ustedes).

Al día siguiente, en el avión de regreso, mientras creía oír la música pegadiza que les mencioné, recordaba mi paso por Muro Alto y el deseo de quedarme a vivir. También repasaba mis días en Tamandaré y la misma intención de volver, aunque más no sea para unas próximas vacaciones.

Tips para el viajero

Alojamiento: siempre es mejor contratar los hoteles nucleados en la Asociación de Hoteles ya que aseguran un estándar de servicio. Kembali (para adultos), Armaçao (muy cerca del centro), Solar y Village (ideales para familias), Vivá (con importante infraestructura para parejas y familias) y Nannai (más retirado, en Muro Alto) son excelentes opciones, además del mencionado Marupiara, todos ellos resorts. También hay posadas.

Restaurantes: además de los enormes buffet de los hoteles (cuando uno viaja con chicos es una solución), un clásico imperdible es el restaurante Beijupirá, con su pescado a la castaña.

Paseos y traslados: Luck Viagens y Martur. Hay otros en la Asociación de Hoteles.

Tamandaré: en toda la zona los complejos son rústicos y pequeños, y se levantan sobre la arena. Pousada Praia dos Carneiros, Bangalos do Gameleiro y Solar dos Carneiros, son algunas opciones. En cuanto a restaurantes, Bora Bora y Tapera do Sabor.

Informes: www.portodegalinhas.org.br/home-esp

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