El camino es de ripio. “¿Cuándo se va a asfaltar esta ruta?”, pregunta nuestra guía. “Nunca”, responde, “porque no lleva a ningún lado”. Lleva, en realidad, a la colonia de pingüinos más cercana a Puerto Madryn, en Punta Ninfas, donde la estancia El Pedral se levanta en un paisaje que deja sin aliento.
Puerto Madryn: ¿Dónde ver a los pingüinos más cerca?
Son apenas 70 km. desde Puerto Madryn, donde este rincón de la Patagonia es atravesado por algún guanaco o zorrito. A medida que el vehículo se aleja de la ciudad, la señal de celular se extingue. Desesperación para algunos, profundo alivio y conexión natural para otros. El dispositivo es ahora apenas una cámara ávida de paisajes, recuerdos, rincones.
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Avistaje de pingüinos en la estancia El Pedral
Y aquí vamos, a un encuentro exclusivo con los pingüinos. La colonia de la estancia El Pedral es joven: los primeros ejemplares de pingüinos llegaron en 2008. Los pioneros emplumados fueron 13 parejas, motivadas por las características del suelo y la vegetación de esta parte de la Patagonia, ideales para construir sus nidos.
Pero, por sobre todo, atraídas por la cercanía y abundancia del alimento: los pingüinos de Punta Ninfas encuentran su comida a 16 km. promedio de sus nidos, mientras en otras pingüineras de la Patagonia –como los de Punta Tombo– tienen que desplazarse hasta 150 km., en gran parte debido a la explotación pesquera en la zona. Así, en 2018 se censaron más de 5.500 ejemplares, y la colonia sigue creciendo próspera.
Un cartel anuncia el inicio del camino de unos 2 km. de ida, y otro tanto de vuelta. Que no se notan. Desde el inicio se descubren los nidos a los costados, bien protegidos por la vegetación baja. En general se ve un ejemplar acomodado en su nido, pero al avanzar se puede encontrar parejas, o ejemplares que estiran sus patas y dejan ver uno o dos huevos en el nido.
La agenda de los pingüinos comienza con la cópula en septiembre, la incubación en octubre y el nacimiento en noviembre. Quienes visiten Punta Ninfas en diciembre podrán ver a los pomponosos pichones, que en enero van logrando su independencia. Tras mudar las plumas, comienzan a migrar en marzo, por lo cual en abril El Pedral pone fin a su temporada.
Aquí, a diferencia de otras pingüineras accesibles desde Puerto Madryn, aquí no hay pasarelas. Los visitantes somos pocos y el límite es el respeto: no molestar a los ejemplares, cuidar el entorno, moverse silenciosos entre sus hogares. Esto permite vivir un verdadero encuentro cercano y exclusivo con los pingüinos.
A lo lejos, después de la vegetación achaparrada, brilla una enorme extensión de canto rodado y más allá una estrecha franja de mar azul. Algunos ejemplares que se dirigen hacia el mar con su inconfundible pasito. La playa es de una belleza abrumadora, el mar de un color a la vez profundo y cristalino. Y es solo para ellos, y nosotros.
Sentarse en la playa y verlos pasar a nuestro lado es realmente privilegio y, tras las fotos de rigor, se impone el silencio. Durante la incubación las parejas se turnan para alimentarse. Mientras uno cuida los huevos, el otro se interna en el mar en busca de peces.
En El Pedral, a unos pasos de los turistas sentados en la orilla, los pingüinos llegan a la playa nadando ágiles con sus panzas llenas y esperan el empujoncito de las olas para salir del agua. Otros hacen el camino inverso: llegan a la orilla con su pasito oscilante, se mojan las patas en la espuma y sumergen su plumaje impermeable en la espuma del Golfo Nuevo. Hora de comer.
Día de campo en la Patagonia
Tras la caminata, el almuerzo es un momento esperado. Y un asador experto tiene todo listo sobre las brasas. Hay empanadas, varias ensaladas y un cordero patagónico al asador, bebidas y postre. Es parte de la propuesta de Día de Campo y Pingüinos que muchos turistas realizan desde Puerto Madryn.
Los chicos se apuran para jugar metegol, ping pong, patear una pelota o darse un chapuzón en la pileta, si el tiempo lo permite. Después de la sobremesa los grandes visitan el casco de la estancia o descansan al sol.
Otros viajeros se quedan a dormir. Hoy la casa de la estancia recibe huéspedes en ocho habitaciones con todas las comidas incluídas y varios paseos que estimulan el contacto con una naturaleza impactante.
En Punta Ninfas es posible visitar el faro, una estructura amarilla y negra que ya no está en funcionamiento, pero que se encuentra sobre unos bellísimos acantilados. Abajo se puede apreciar una colonia de elefantes marinos: un macho busca a la hembra, que no parece estar receptiva, mientras algunos pequeños descansan al sol.
Historia de una típica estancia patagónica
Corría 1898 cuando el vasco Félix Arbeletche llegó a con algunos rebaños de ovejas y su esposa, María Olazábal. Se estableció en Península Valdés, en una estancia sin agua potable, donde tampoco había médicos o maestros. Fueron 22 años duros, en los que la pareja perdió varios hijos al tiempo que se consolidaba económicamente.
En 1920, Arbeletche decidió ofrecer a María un lugar a la altura de sus sueños. Compró la estancia El Pedral, al sur de Puerto Madryn, donde había una aguada que le permitiría cultivar todo tipo de plantas, frutales y tener una huerta. Y soñó para ella un hermoso chalet con una torre con mirador y techo rojo, desde la que pudiera contemplar los acantilados y playas de aguas transparentes de Punta Ninfas.
Los barcos llegaron directamente desde Europa hasta la playa profunda y pedregosa del casco de la estancia. Trajeron materiales y muebles que permitirían montar una vivienda en un par de años. Sin embargo, María Olazábal no llegó participar de la inauguración en 1923, falleció en 1921, tras más de 20 años de vivir en la Patagonia.
Accede desde aquí a la web de la Estancia El Pedral.
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