Las fiestas se remontan a la tradición europea de conmemorar el solsticio de verano. El momento en que el sol se encuentra más cerca de la Tierra fue considerado, desde épocas remotas, el más propicio para pedir y agradecer por la fertilidad de la tierra y las cosechas. Y también, por supuesto, para celebrar.
El Nordeste de Brasil, al ritmo de San Juan
En la Edad Media, la Iglesia se apropió de la fiesta pagana relacionada con la naturaleza y la vinculó a la celebración de tres santos que se realizaba por aquellos días: San Antonio (13 de junio), muy popular por ser el “santo casamentero”; San Juan (24 de junio), al que se conoce en Brasil como el “santo fiestero”, y al que se le dedican fogatas, bailes y fuegos artificiales; y San Pedro y San Pablo (29 de junio), pilares de la Iglesia Católica.
Así, de la mano de portugueses que se instalaron en el Nordeste de Brasil, la celebración cruzó el Atlántico y fue ganando una forma particular: las Fiestas Juninas, a las que también, para abreviar, se conocen simplemente como “el San Juan”.
Se trata de una celebración familiar y ligada a la tradición del Brasil rural, que a su vez se fue extendiendo a los grandes centros urbanos con las migraciones internas. A las fogatas, punto fuerte de la celebración en Europa, se fueron sumando otros elementos típicos como los globos de papel y los fuegos artificiales. Tampoco faltan las banderitas de colores (verdes, rojas amarillas y azules) que cubren desde el centro de las principales urbes nordestinas hasta las más humildes calles y casas de barrio. El color y la fiesta se acentúan aún más en las ciudades y pueblos del interior de Brasil, llenando de alegría un invierno peculiar, que en la región tiene jornadas de 28ºC, y también algunas lluvias. Y como estamos en Brasil, y toda celebración es a lo grande, la celebración comienza a fines de mayo y, tras su punto más fuerte el 24 de junio, sigue hasta las primeras semanas de julio.
Pasen y vean, entonces, como el Nordeste de Brasil se viste de fiesta para celebrar San Juan.
MUSICA Y DANZA.
La música que suena aquí no es samba, no es bossa nova, no es axé music. Es forró, un género poco conocido en Argentina que, sin embargo, se cuela en varios de los discos de músicos muy famosos, por caso, Gilberto Gil. Y lo invade todo en el Nordeste de Brasil, especialmente durante la celebración de San Juan.
El forró es en realidad un nombre genérico que engloba diversos ritmos (xote, xaxado, baião y otros). Las bandas de forró están tradicionalmente integradas por un acordeón (sanfona), un bombo y un triángulo, cuyo tintinear frenético es característico de esta música. El forró se baila agarrado, en pareja, con un movimiento que se parece –para ilustrar– al del chamamé. Quienes hayan viajado al Nordeste quizá han visto a las parejas muy juntas, la pierna de él en medio de las piernas de ella. O quizá hasta se hayan atrevido a dejarse agarrar bien fuerte por la cintura y moverse al ritmo del un-dos-tres veloz. Durante las Fiestas Juninas las parejas bailan por todas partes: en las veredas, las casas, en espacios destinados a tal fin donde tocan los típicos tríos, en shows populares que reúnen a multitudes en el medio de las calles.
Pero también hay otra danza, más coreografiada y si se quiere simbólica: la cuadrilha. Durante las Fiestas Juninas, diversas agrupaciones concursan con sus ropas coloridas recreando esta tradición que –cuentan– desembarcó en Brasil de la mano de los europeos. Básicamente las mujeres forman una fila y los hombres otra; todos se balancean y, siguiendo la voz de mando de uno de los integrantes del grupo, van realizando diferentes figuras: se saludan, giran, pasan bajo un puente formado por otra pareja y se entrelazan en rondas. Algunos de los integrantes representan a personajes como el cura que visitaba los pueblos y aprovechaba para legitimar los casamientos, las parejas prontas a formalizar su enlace, a menudo integradas por un novio indeciso que intenta esquivar el compromiso y un padre de la novia dispuesto a hacerlo regresar a la ceremonia a punta de pistola.
Tampoco falta la fogata, elemento central en la celebración europea del solsticio de verano, donde se acostumbra a quemar todo lo viejo para dar lugar a la renovación que comienza en esta época del año.
Los puestos callejeros o coloridos barcitos que ofrecen comidas y bebidas durante la celebración permiten probar los sabores típicos, relacionados al medio rural brasileño y con base en los productos que se dan en abundancia durante esa época del año: la mayoría en base a maíz y su harina (pamonha, mungunzá, canjica, bolo de milho), maní –que, curiosamente, se come hervido–, naranjas y licores de frutas, ideales para los días “fríos” del invierno nordestino (hablamos de mínimas que rondan los 23ºC).
LA PROGRAMACION.
El Pelourinho, centro histórico de Salvador, se consolida año a año como epicentro de los festejos juninos de la capital bahiana. Desde el 1º de junio de este año, las atracciones se sucedieron en dos escenarios principales en las plazas: el del Largo do Pelourinho y el del Terreiro de Jesús. Al costado de este último escenario, un espacio reservado para invitados de Bahiatursa, ofrecía comidas típicas y una visión privilegiada del backstage de los shows. Uno de los más esperados fue el de Alceu Valença, importante músico pernambucano, referente del género. Tampoco faltó el mismísimo Gilberto Gil, en una presentación gratuita que convocó a miles de fans en la noche del lunes 24 –feriado de San Juan–.
A estos, se sumaron otros espacios: uno en la Plaza Municipal, destinado a los concursos de cuadrilhas, otro llamado Sala de Reboco, frente a la iglesia de San Francisco, donde las parejas bailan animadas al ritmo del forró. Cada uno de los “becos” (espacios rodeados de bares en medio de las manzanas de caserones coloniales de Salvador, bautizados con nombres de personajes de Jorge Amado) recibió en su escenario a varios grupos musicales.
En Praia do Forte, la calle principal de la Vila también tuvo su escenario con mucha música y baile. Allí, los niños, muchos disfrazados con el atuendo típico, bailaron y corretearon por las calles, también sembradas de los estallidos de artículos de pirotecnia.
En Aracaju, la fiesta tuvo su epicentro en la llamada Plaza de los Mercados, rodeada por mercados de frutas, comidas y artesanías. Esta celebración, organizada por el gobierno de la ciudad, tuvo una duración de 11 días, entre el 20 y el 30 de junio. Con entrada gratuita, aunque controlada para mayor seguridad de los participantes, el enorme espacio se centró en dos grandes escenarios donde se alternaron los shows para evitar las demoras entre un espectáculo y el siguiente, además de un espacio menor donde se presentaron conjuntos de cuadrilha y otros conjuntos musicales. En total fueron más de 190 bandas las que se presentaron en las 11 jornadas. Fue la vigésima edición del evento que lleva el nombre de “Forrócaju”, donde se dio prioridad a la revalorización de los artistas del estado de Sergipe (que estuvieron a cargo de un 80% de la programación musical de la fiesta). Entre los recitales de importantes artistas del Nordeste brasileño, se destacó la presentación de Zé Ramalho. Tampoco faltaron los bares especialmente montados para la ocasión donde los visitantes pudieron comprar desde tragos hasta las típicas comidas juninas en base a maíz, maní y mandioca.
También en Aracaju, otro escenario muy cerca del mar, en la playa de Atalaia –este auspiciado por el gobierno del estado de Sergipe– congregó a artistas locales y regionales durante 10 días. En este caso, la impronta de la fiesta fue más familiar, y no faltó el espacio para el baile.
Un tercer escenario, en la calle São João, fue el lugar que concentró las competencias de diferentes grupos de cuadrilha. Este espacio está vigente desde hace 103 años, por lo cual se lo considera el más antiguo de Brasil dedicado a las Fiestas Juninas.
Y la celebración sigue: también hay barcos y buses con forró a bordo, que dan una vuelta por las calles o el mar frente a la ciudad, al ritmo de la música tradicional.
Un breve paseo por las calles de la capital de Sergipe permite apreciar también que las fogatas se multiplican en cada cuadra, cada edificio y cada barrio, donde muchas veces se sacan las mesas a la calle y, bajo las omnipresentes banderitas de colores, se come, se bebe y se baila.
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