Se dice que los templos están diseñados para mostrar. Para contar una historia más allá de los textos y que todos puedan sentirla, sin la necesidad de saber leer, ni de recurrir a frondosos libros. Por eso, cuando se habla de iglesias, también se habla de verdaderas biblias de cemento. Es una de las premisas que llevan a elegir el neogótico para el diseño de la Iglesia del Sagrado Corazón, situada en el barrio Nueva Córdoba, de la capital provincial.
Es gótico porque retoma la herencia europea, caracterizada por una marcada verticalidad, y es neo porque comenzó a edificarse durante el siglo XX, en plena anacronía con aquel movimiento arquitectónico.
El origen de esta construcción está vinculado con los hermanos capuchinos, misteriosas figuras de cabeza cubierta, largas túnicas y barbas desaliñadas. Posiblemente, fue el carisma de Juan de Ansoáin, padre superior de esa orden franciscana, el que logró convencer a la aristocracia local a la hora de juntar los fondos para solventar semejante obra. De allí que, en la actualidad, también se la llama “Iglesia de los Capuchinos”. Fueron ellos quienes, en 1926, le encomendaron el proyecto al arquitecto y pintor italiano Augusto Ferrari.
Así fue como la obra quedó en manos de un hombre sensible, según las crónicas de la época, ya que los relatos sostienen que Ferrari construía solamente para pintar. Diseños como el de la Iglesia del Sagrado Corazón, con su celebrada asimetría, dan cuenta de un legado indiscutible.
Los misterios detrás del diseño
La fachada del predio exhibe la dualidad de las personas dentro de la cosmovisión cristiana. Caminar hacia la Iglesia es ser testigo de la imperfección y la transitoriedad, caracterizadas por la verticalidad trunca de su torre izquierda. Son 40 m. de hormigón armado que representan el fracaso de la humanidad. Por el contrario, hacia la derecha, es posible divisar como la perfección toma la forma de una aguja gótica de 70 m. que perfora el cielo, en alusión a Dios y el anhelo de las almas de los fieles, que buscan ascender y sentarse a su lado.
Justamente, uno de los detalles más impactantes que Ferrari añadió al Sagrado Corazón tiene que ver con la esfera celeste. No dentro de una concepción religiosa, sino literal. Es que, en las bóvedas de su interior, pintó todas las estrellas visibles desde Córdoba, en sintonía con la afinidad de San Francisco de Asís por la naturaleza y el cosmos. La precisión de este trabajo resulta asombrosa al tener en cuenta que, en cada arco, fueron retratados los cielos de la primera medianoche de un mes distinto de 1930.
Una reciente investigación elaborada por un equipo de astrónomos de la provincia confirmó la veracidad de esta representación, que es la única de su tipo en el mundo. Aunque, por cierto, el atlas estelar que presuntamente utilizaron los artesanos aún no pudo ser identificado.
Hoy en día, en otro guiño de anacronía, la Iglesia de los Capuchinos permite contrastar aquella ornamentación con los cielos actuales de la capital cordobesa. Para vivir esta experiencia, se debe realizar un ascenso de 182 escalones a lo largo de una hora. Arriba de todo, en la Torre Mirador, aguardan las estrellas y una vista privilegiada que abarca la ciudad y las sierras.
Otros mensajes ocultos
En la base del predio, es posible reconocer una colección de pequeñas figuras de lagartos, ranas, tortugas y otros animales. Lejos de la simpatía que estos suelen evocar, representan los confines del más gélido de los infiernos.
Para comprender este mensaje que la construcción pretende comunicar, vale señalar que se trata de seres de sangre fría. Y que, dentro de la concepción medieval, el averno bien podría ser un destino congelado, según la obra de Dante. Allí, entonces, viviría este tipo de fauna.
A estos elementos, se añaden otros tomados de la mitología griega. Entre ellos, sobresalen los atlantes, representaciones de hombres que sostienen las columnas del templo. Para la tradición cristiana, personifican la humanidad bajo el peso de los pecados. Además, en la fachada, otra serie de pilares multicolor reconoce la existencia de las culturas previas a esta cosmovisión.
Hoy, en la Iglesia de los Capuchinos, es posible descifrar todos estos mensajes y descubrir un sinfín de detalles perdidos en cada rincón de su construcción. Una reciente restauración también permite disfrutar de la intensidad original de sus rojos, amarillos y grises. Son los colores que sorprendieron a sus visitantes a partir de 1934, cuando abrió sus puertas y cuando continuó su historia para, finalmente, consagrarse como la más destacada de las maravillas de Córdoba.