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Japón

Tokio y su mundo electropop

Las luces, lucecitas, cartelerías de neón y láseres nos atraen hipnóticamente hacia los mejores divertimentos de la gran capital.

Más allá de algunas tendencias marcadas (las tiendas de marca de Ginza, el proyecto urbano de Roppongi y el mercado de pescados de Tsukiji), los barrios guardan rasgos en común con los que habrá que familiarizarse. Uno de ellos son los grandes edificios dedicados a los juegos.

En las plantas bajas están las máquinas de muñecos que, cercanas al engañapichanga, presentan premios cuidadosamente colocados para tentar a los paseantes y al mismo tiempo garantizar decenas de intentos antes de poder cantar victoria. Esta treta puede parecer evidente, pero no es tan fácil resistirse al encanto de esas manadas de pokemones que nos llaman desde las cabinas transparentes... máxime si hay uno que se asoma al vacío, listo para su supuesta caída final. Los estoicos son pocos y mucho menos los tantos novios que dan muestra de tenacidad (y billetera generosa) para finalmente dotar a su pareja de un peluche rechoncho que corone la cita.

Tokio maquinita
<p>El premio está a punto de caer y parece muy fácil... Pero se deberán invertir unos cuantos yenes antes de lograrlo.</p>

El premio está a punto de caer y parece muy fácil... Pero se deberán invertir unos cuantos yenes antes de lograrlo.

Más allá de la abundancia de videojuegos “regulares” (de peleas, carreras, etc.), aquí los juegos musicales dan la nota (pun intended). Algunos más rítmicos y otros simplemente frenéticos, en ellos se aplican jóvenes y no tanto dispuestos a contrafuncionar tras una agotadora jornada laboral para encadenar cientos de ‘Perfect!’ ya sea saltando, bailando o machacando botones luminosos. Mirar estas hazañas es un espectáculo per se, y si bien como simples occidentales asumimos que esos niveles de destreza nos están vedados, no hay que avergonzarse del amateurismo. Entonces será momento de colocar una o dos monedas de 100 yenes en la ranura de estos juegos, probar las opciones para principiantes y sustraerse al frenesí. Entonces será momento de colocar una o dos monedas de 100 yenes en la ranura de estos juegos, probar las opciones para principiantes y sustraerse al frenesí.

A medida que atardece, las opciones se amplían. Los karaokes funcionan en edificios altos, proponiendo salones para cantar y, sobre todo, beber alcohol, proveyendo de paso pelucas, disfraces y una vista panorámica de la ciudad.

Por otro lado, al menos por curiosidad, vale la pena poner un pie o dos en los locales de pachinko, el equivalente oriental de las tragamonedas (que también las hay). Estas máquinas de apuestas combinan el azar con una pizca de pericia, donde cientos de bolitas metálicas son eyectadas a lo alto para luego descender por un panel repleto de clavijas, brindándole a los usuarios… más bolitas. Incomprensible a nuestros ojos pero no por ello menos hipnótico.

Para concluir una jornada especial también es posible apuntarse en el Robot Restaurant (en el área de Kabukicho), cuyo principal distintivo consiste en un desfile lisérgico abundante en cyborgs, láseres de colores y cyborgs que disparan láseres de colores.

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