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Porto de Galinhas, el renacer del "Caribe brasileño" a todo color

Sus envidiables playas y encantos naturales de Porto de Galinhas se muestran tan fabulosos y paradisíacos como siempre.

Fue literalmente un “octubre negro”. Cuando un misterioso derrame de petróleo se extendió por más 2.100 km. de playas del Nordeste de Brasil, en Porto de Galinhas la proyección inicial era desoladora: la mancha oscura se aproximaba con la amenaza de cubrirlo todo; sus arrecifes, sus aguas turquesas, sus arenas blancas y finas como el talco mismo. Las tortugas marinas uno de los seres marinos más queridos y preciados por estos lares estaban también en peligro, y algunas de ellas aparecían en la superficie como pidiendo ayuda, con su cuerpo cubierto del viscoso producto.

Pero aquí, en este verdadero paraíso natural, la gente sabe que sus costas lo son todo. Los trabajadores de la playa, de los restaurantes, de las empresas de turismo, los estudiantes y habitantes en general, se aglomeraron y coordinaron para dejar a Porto de Galinhas tal y como ha sido siempre en menos de una semana (con limpieza de tortugas incluida). Un verdadero ejemplo de organización y resguardo por el medio ambiente, algo que aquí tienen incrustado como un chip y repiten como mantra.

Es importante decir que Porto de Galinhas es uno de los balnearios más visitados en el Nordeste de Brasil, y es uno de los predilectos de los viajeros latinoamericanos, sobre todo los argentinos. ¿Por qué? Buenos precios, ambiente relajado, variada oferta hotelera y gastronómica, un clima tropical clásico y más de 32 km. de playas de arena blanca son su carta de presentación.

Se ubica en el municipio de Ipojuca, a unos 60 km. al sur de Recife, en el estado de Pernambuco. Su nombre, que como bien puede intuirse se traduce como “Puerto de Gallinas”, suena gracioso, pero (casi) nada tiene ver con gallinas. Y la verdad es que es una historia más bien poco feliz. Todo comenzó con la prohibición de la esclavitud en Brasil en 1888. Pero, tal como dice el dicho, “hecha la ley, hecha la trampa”, y el tráfico de esclavos se hizo bastante común en la región. Los barcos que venían de África atracaban en estas costas, con sus bodegas ocupadas por esclavos clandestinos. Una forma como los contrabandistas engañaban a la fiscalización era cubrir a los esclavos con cajas de gallinas D’Angola, alimento noble de la Corte.

Así, en cada barco que llegaba con esclavos llegados de África, había un mensaje que decía “tiene gallina nueva en el puerto”. A partir de ahí, el nombre quedó como Porto de Galinhas.

De todas formas, hoy las gallinas se ven aquí por montones en artesanías y suvenires. También en una que otra calle del centro en forma de esculturas, siempre muy coloridas. Algo que no destiñe para nada con el espíritu del pueblo, como puede verse en el Callejón de los Paraguas, donde un centenar de sombrillas de variados colores cubre sus cielos, y son una postal ideal para cualquier turista a unos pasos de la playa principal. Los paraguas hacen referencia al frevo, ritmo alegre propio de Pernambuco, que aquí puede escucharse a menudo en las calles, junto con funk carioca y clásicos brasileños que no pasan de moda, los que son interpretados por músicos en vivo en los restaurantes que abundan en la zona céntrica.

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El Callejón de los Paraguas, una de las postales típicas de Porto de Galinhas.
El Callejón de los Paraguas, una de las postales típicas de Porto de Galinhas.

Porto de Galinhas es pequeño y bien puede recorrerse en su parte céntrica caminando. Su población estable es de unas 10 mil personas. Cuenta con 10 grandes hoteles (algunos de ellos que coquetean con el concepto resort all inclusive) y más de 200 posadas. El poblado, al igual que Búzios y otros más de corte playero-hippie de Brasil, es ideal para dar un paseo en buggy. Y para ello hay múltiples opciones, por un costo de alrededor de 200 reales. Así, es posible recorrer sus playas, dunas y callecitas con la cara al viento, algo que no está mal pensando en que aquí la temperatura promedio rodea los 27º C.

Piscinas al natural

Si hay una postal típica de Porto de Galinhas son las piscinas naturales formadas por los arrecifes, a un par de kilómetros al interior de la playa. Con el tono relajado que caracteriza a este lugar, uno toma una “jangada” (balsa típica de Brasil, con remos y vela) y recorre durante unos minutos las apacibles aguas para, de repente, toparse con este muro natural formado por antiguos corales. Allí, este espectacular escenario ofrece una caminata irreal en medio del mar, y algunas piscinas naturales donde se puede realizar esnórquel entre coloridos peces que pululan alrededor mientras uno les da de comer. Lo ideal es llevar unas sandalias para caminar sobre el coral, y un protector de celular para el agua si es de aquellos despistados dados de botarlo al suelo. Esta zona es visitable ya que los corales que la componen ya no están vivos, por lo que el hecho de que los turistas lo recorran no constituye ninguna amenaza natural. Otras zonas de las costas de Porto de Galinhas sí tienen corales vivos y esenciales para el ecosistema, los cuales están protegidos de toda visita. Los corales son tan frágiles que con solo tocarlos comienzan paulatinamente a morir. Tanto es así que estos espacios protegidos ni siquiera están abiertos para la investigación científica.

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Las piscinas naturales son uno de los principales atractivos.
Las piscinas naturales son uno de los principales atractivos.

Pero volviendo a los paseos entretenidos, otro es el que ofrece en Pontal de Maracaipé. Este es el punto exacto donde convergen el río Maracaipe y el mar, el cual está rodeado de exuberantes manglares. En esta zona única, donde el agua salada se mezcla con la del río, se siente un ambiente de paz muy particular. Durante el paseo, el jangadero (conductor de la jangada) se zambulle al agua en busca de caballitos de mar. Con un poco de suerte, también se pueden ver pequeños cangrejos y peces globo. Luego del corto pero intenso recorrido (dura media hora), la playa de Pontal es una de las mejores para observar una conmovedora puesta de sol, y así coronar la jornada de manera ideal.

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Las
Las "jangadas" son balsas típicas ideales para recorrer las tranquilas aguas del Nordeste.

Las "tartarugas"

Todos los años, entre octubre y junio, son numerosas las tortugas que llegan a las playas de Porto de Galinhas (desde el Pontal de Maracaípe hasta la Playa de Muro Alto) para realizar el desove. Un ritual esencial para estos animales en peligro de extinción, los cuales aquí son cuidados y protegidos de manera casi sagrada. Para ello, la ONG Ecoassociados tiene el Musseu de Tartarugas Marinas (Praça 04), que es tanto un centro de conservación y rehabilitación de tortugas heridas como (bien lo dice su nombre) un museo didáctico acerca de la fisonomía, alimentación y reproducción de las cinco especies de tortugas que se encuentran en Brasil: tortuga cabezona, carey, verde, lora y baula; y se instruye también acerca de la manera en que cada uno de nosotros puede contribuir a conservarlas. Es un entretenido y concientizador panorama que no toma más de una hora, y que bien puede complementarse con la visita al Proyecto Hippocampus (Rua da Esperanca 700), que busca proteger a los encantadores caballitos de mar que viven y se camuflan en los manglares de Porto de Galinhas. En la sala de visitas se pueden ver estos adorables hipocampos, varios tipos de peces y algunos invertebrados marinos, todo acompañado de un guía.

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El Musseu de Tartarugas Marinas es un didáctico centro de conservación.
El Musseu de Tartarugas Marinas es un didáctico centro de conservación.

La comida

Ya estando acá, ¿por qué no disfrutar de lo mejor de la comida pernambucana? Como todo poblado-balneario del Nordeste de Brasil, el centro de Porto de Galinhas está lleno de pequeños restaurantes de ambiente relajado, con música en vivo en el horario de la tarde-noche, y muchos de ellos literalmente a orillas del mar. Aquí se puede probar lo más típico de los encantos culinarios de esta parte del país, como la carne-de-sol, un plato delicioso a base de carne seca (expuesta al sol), que suele acompañarse de papas fritas o mandioca. La comida pernambucana tiene sus orígenes en los hogares de las aldeas indígenas o esclavos negros, por lo que mezcla muchos sabores, como el chambaril, un tipo de estofado preparado con osobuco y salteado en condimentos. También hay una gran cantidad de recetas con frutos de mar y de las regiones de manglares como pescado, camarón, langosta, marisco, pulpo, ostra, cangrejo y guaiamum, otro tipo de cangrejo muy típico de la zona.

Pero si hay algo para chuparse los dedos, esos son los contundentes postres. El más famoso es la cartola, parte del patrimonio inmaterial de Brasil, que está hecho con queso mantequilla, plátanos fritos, azúcar y canela, cuya mezcla de sabores es una verdadera explosión en la boca. También es imperdible el tradicional bolo de rolo, que se vende en cada esquina y que es como una especie de brazo de reina, pero de masa más finita, con un relleno de guayaba y azúcar refinada. Por último, tampoco puede perderse el bolo Souza Leão, uno de los postres más antiguos de Brasil. Se dice que el dulce cremoso fue servido hace un siglo y medio por la familia Souza Leão, propietaria de grandes molinos de caña de azúcar, al emperador Pedro II y su esposa Teresa Cristina, en su visita a Pernambuco. El postre, que se asemeja a un pastel redondo, lleva mantequilla, huevos y leche de coco, con la particularidad de que en vez de harina de trigo lleva masa de mandioca. Un sabor realmente único y diferente... pero, obviamente, maravilloso.

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