En el Microcentro de Buenos Aires se ubica Saint Moritz, un bar emblemático que era el lugar elegido por el entrenador de la Selección Nacional de Fútbol y campeón del mundo César Luis Menotti. En los últimos días, a partir de su fallecimiento, este espacio se convirtió en un paso obligado para los nostálgicos.
Buenos Aires: Saint Moritz era, en sus inicios, una confitería a la que acudía Jorge Luis Borges.
En la esquina de Paraguay y Esmeralda, en 1959 abrió sus puertas este lugar con formato de confitería. Sus dueños eran inmigrantes provenientes de España, que buscaron un nombre original y glamoroso para la época: Saint Moritz, en honor a una de las estaciones invernales más conocidas de Suiza.
Con el pasar de los años se fue haciendo conocida en la zona por sus deliciosas masas secas, pan dulce y sándwiches de pavita. Además, ya en esos años, fue el lugar elegido por uno de nuestros referentes de la literatura: Jorge Luis Borges, quien acudía con su mamá Leonor Acevedo.
Hasta 1986 fue confitería solamente, luego los dueños decidieron convertir la esquina en un bar, conservando el nombre y su mística, por supuesto.
Bares: Saint Moritz, el elegido por César Luis Menotti y Borges en Buenos Aires
Ya en esta nueva etapa, Saint Moritz adquirió un enorme salón central, modulado por cuatro columnas envueltas con espejos.
Mesas amplias, manteles y sillas en un rojo oscuro hacen resaltar el nombre del lugar bordado en amarillo en las servilletas de tela. Aún hoy conserva una elegancia envidiable.
Pero lo más atractivo es el rincón que se configura a metros de la puerta de entrada, con una mesa que mira a los ventanales sobre la calle Esmeralda.
Este espacio era el lugar elegido por el técnico de la Selección Argentina de Fútbol Campeona del Mundo, “El Flaco” Menotti.
Desde hace años luce en las paredes un retrato del técnico, con el característico cigarrillo en la boca; fotos del Mundial ´78 y una foto de él tomando su café en Saint Moritz.
Hoy este espacio se cargó de nostalgia es un lugar obligado donde ir rendirle homenaje “El Flaco”, y tomar un café al mejor estilo porteño, como a él tanto le gustaba.
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