La “nueva normalidad” burocrática en materia de viajes se reescribe con cada viaje al exterior. La sensación de que lo peor de la pandemia ya pasó no aplica necesariamente a los trámites, las exigencias ni a la predisposición de los funcionarios de las aerolíneas.
Madrid: ¿por qué me bajaron de un vuelo con todo en regla?
El escenario es el aeropuerto de Barajas, Madrid, camino de la Cumbre del Consejo Mundial de los Viajes y el Turismo (WTTC, por sus siglas en inglés) que se celebra en Filipinas, país que como la mayoría exige varios requisitos sanitarios de entrada...
¿Está todo bien… o está todo mal?
Las aerolíneas (a través de sus colaboradores) funcionan como órgano de control de los gobiernos: quien no cumple con los requisitos solicitados en destino final, simplemente no embarca.
Mi salida fue por Buenos Aires, con un ticket emitido por Qatar Airways con destino final Manila y operado por Iberia en un primer tramo hasta Madrid.
En Ezeiza no hubo problema alguno: el muchacho de Iberia me solicitó todos los requisitos exigidos por Filipinas –los cuales él naturalmente chequeó y yo cumplimentaba–, emitió mis boarding pass y despachó mi maleta hasta destino final. Todo estaba bien.
Ya en Barajas, doce horas de vuelo y escala de tres horas mediante, Qatar Airways establecía un nuevo punto de control frente a las puertas de embarque.
Nuevamente presento mis “papeles”, pero la supervisora del vuelo, Katya Castillón, me anuncia que hay inconsistencias con mi documentación.
Según “el sistema” que ellos usan, la Sputnik V que recibí no estaría contemplada entre las vacunas aceptadas por el gobierno filipino.
A una hora de la salida a Doha, me quedaba sin volar. Todo estaba mal.
Repasando requisitos para Filipinas
En términos sanitarios, para ingresar a Filipinas es necesario lo siguiente:
- Seguro médico con cobertura Covid-19 por US$ 35 mil.
- Certificado de vacunación con dos dosis completadas.
- Test PCR (48 horas antes) o antígenos (24 horas).
- Completar un formulario del gobierno, en donde justamente ya había adjuntado la documentación del test y la vacunación.
Parece (o es) mucho, pero también es lo acostumbrado en esta era.
La página de la Food and Drug Administration (FDA) de Filipinas es la fuente oficial de información para conocer qué vacunas son aceptadas en ese país. Es la referencia oficial y gubernamental de cualquier pasajero o agente de viajes (o ser humano, en definitiva) que quiera averiguar sobre los requisitos filipinos.
Por supuesto, la Sputnik V se encuentra en el listado. Pero, de algún modo, no se encuentra en el férreo “sistema” de Qatar Airways.
“La información del sistema la provee el gobierno de Filipinas”, me argumentaba Katya. Yo blandía mi celular con la web de la FDA y sostenía que esa información también es oficial y, además, pública.
Entonces la empleada de Qatar, con cierto tino, decide comunicarse con la gente de la aerolínea en Manila para que le dieran una visión más certera.
Pero hete aquí un problema suplementario: a 40 minutos del despegue, la gente de Manila parece que está durmiendo la siesta y no responde a los llamados, los contactos de WhatsApp ni a los correos electrónicos...
¿Atacar o a Qatar? Acatar...
Sin respuesta desde Filipinas, ante cada inquietud o argumento que planteaba de tanto en tanto, Katya estaba peor predispuesta. Algo que, si tenía alguna chance de volar, no me convenía.
Los minutos corrían y la gente con requisitos “mejor cumplimentados” iba embarcando.
El vuelo sale 9.25. A las 9.15 Katya anunciaba desafectadamente a sus compañeras que “Chespi no aborda”.
Mientras Katya ordenaba por handy que no subieran mi maleta al avión, otra funcionaria tachaba mi nombre del manifiesto y una tercera compañera destruía mi boarding pass.
“¡No me vas a dejar abordar solo por las dudas! ¡Ni siquiera chequeaste con Manila!”, atiné a quejarme, con más resignación que otra cosa.
Con un último resoplo Katya vuelve a llamar a Filipinas… ¡Y esta vez atienden!
Pregunta a su interlocutor si leyeron el mail o los mensajes que envió respecto de mi situación. Le dicen que no. Que van a averiguar.
Cuando se encendía una chispa de esperanza, Katya corta, me mira y me dice: “No podemos esperar. No puede abordar”. Son las 9.20.
Deus ex machina y aquí no pasó nada
En ese ínterin, anuncio al organizador de mi viaje a la Cumbre de WTTC, con quien ya estaba en contacto, que no me dejarán volar.
Entre epítetos irreproducibles para con las colaboradoras de la aerolínea, me comentaba que ya había llegado a Filipinas gente de Colombia y de México vacunada con Sputnik, en los vuelos de Emirates, sin problemas.
Mientras estaba concentrado en mi celular, acodado en el counter, imprevistamente y de soslayo, Katya anuncia a sus compañeras (nunca a mí) lo impensado: que finalmente voy a embarcar.
Reordena que suban mi maleta y que se imprima un nuevo boarding pass. Le habían devuelto el llamado desde Manila.
A esta altura no me iba a quedar con la duda: “¿Qué te dijeron… que la Sputnik es aceptada… que hacían una excepción…?”
Katya sin despegar los ojos de la pantalla: “Que Filipinas tiene reciprocidad con Argentina.” (SIC)
Sin ahondar (dado los tiempos) y sin recibir una disculpa ni un agradecimiento por la paciencia, embarqué.
Mientras desandaba la manga hasta el avión, solo pensaba en no tener que repetir la misma historia en Doha.
Buscando culpables
No es por victimizarse ni dramatizar: este tipo de historias suceden a cada minuto en todo el mundo.
Tampoco relativizarlo por un desenlace “feliz”. No tuve suerte ni nada parecido; simplemente no tendría que haber padecido y mi entrada sin inconvenientes en el control de Filipinas (el verdadero interesado) lo refrenda. Podría haber quedado varado gratuitamente.
En ese caso, ¿a quién señalar? ¿A Katya, quien seguía protocolarmente su tarea y seguramente lidia en continuado con estas fastidiantes situaciones? Parcialmente.
No puedo dejar de señalar el elefante en la habitación: en ningún momento los funcionarios escanearon mi QR de vacunación, ni mi QR del formulario de Filipinas, ni tienen manera de saber si mi test PCR me lo hice de veras o me lo inventé. Lo mismo con mi seguro de viaje.
De igual modo, mi carnet de vacunación físico no es más complejo que un boletín de calificaciones de jardín de infantes.
La severidad de la empleada de Qatar Airways pierde toda legitimidad si tomamos conciencia de que cualquiera de mis documentaciones podría ser falsa, y que no hay modo de constatarlo. Incluso mis polémicas vacunas Sputnik.
¿Qué habrá consignado finalmente Katya en ese “sistema” tan rígido e inexpugnable? ¿Chespi entra por “reciprocidad”?
¡Es el sistema, el maldito sistema!
Entonces, ¿podemos acusar al “sistema”? ¿Al maldito “sistema” que no tenía los datos que correspondían? ¿Al gobierno filipino que en teoría no los cargó correctamente?
Queda claro que hay pasajeros que incumplen los requisitos, por negligencia, viveza u otros. Pero puntualmente sobre las inconsistencias, las culpas suelen estar del lado de los gobiernos y los controles: informaciones cruzadas, crípticas, quizás contradictorias.
Ya sabemos que el mundo del turismo, con Occidente a la cabeza, fracasó en implementar políticas o criterios unificados de control sanitario para viajes internacionales.
Pero no solo eso: además, sigue fracasando (en presente continuo).
Y mientras así sea, uno esperaría que las aerolíneas fueran aliadas en una solución (al menos de cara a los pasajeros) y no un vector que cataliza la problemática.
Muchos hablan (hablamos) de “pospandemia” en el turismo, implicando una era superada. Este tipo de burocracias nos recuerdan que no es tan así.
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